"...DÓNDE ENTRO SI ESTOY SOLA ..." * Lo DeMáS sOn PaLaBrAs tAn SoLo PaLaBrAs *

viernes, 16 de diciembre de 2005


Y como en todas las historias de amor, porque esta es una historia de amor, no puede haber dos sin tres. Y la tercera protagonista, el tercer ser que apareció junto con el agua y el sol era ni más ni menos que la Luna. La Luna era coqueta y caprichosa. Misteriosa y escondidiza como la misma noche en la que se movía. Reinaba sobre las estrellas y sobre la oscuridad, y creia por tanto ser la reina del universo, puesto que no conocía nada más. La Luna no sabía de la existencia del día, del sol, de la vida... para ella todo se dividia entre la oscuridad y su luz. No es de extrañar por tanto que pecara de vanidad y orgullo y una pizca de ignorancia.
La Luna también permanecía siempre alejada de la tierra. Bien sabía ella lo hermosa que era en la distancia... la perfección de su circumferencia y la pureza de su blancura... pero, ¡ay! del que se acercara a verla... Porque la Luna era imperfecta: su superficie estaba marcada por sendas cicatrices y su color oscurecia hasta el punto de descubrirse que de ella no manaba luz alguna. Y así vivia, ocultandose y mostrándose eternamente...
Y así la Luna, viéndose tan bella reflejada en el agua estancada de los lagos, tan viva reflejándose en el agua corriendo por los rios, tan salvaje reflejándose en las olas que rompen contra las rocas, tan efímera escondida tras la fina lluvia que cae... no pudo menos que fijarse en el agua y creer que la amaba. En realidad la Luna sólo podía amarse a ella misma y a su reflejo...
Así que teníamos al agua enamorada del Sol... El Sol, nuestro segundo protagonista de esta historia. Nadie había puesto nunca en duda que el Sol era el rey absoluto del Universo. Tan grande y brillante... Tan exquisitamente hermoso... Su fulgor era tal que no sólo deslumbraba a quienes lo miraban sino que además infundia ese temor que emanan los seres que han sido creados superiores al resto. El Sol era incomparable con nada y con nadie y lo sabía. Pero aún así, escondía un terrible secreto que le hacía a la vez ser orgulloso y vulnerable: esa magia que desprendia, esa luz... Cada segundo que pasaba, era un segundo menos de vida que le quedaba. Así que el Sol había aceptado su reinado impuesto, sabiendo que algun día terminaria por quemarse y se apagaría para siempre.
Jamás el Sol se habría fijado en el agua... ¡El agua! ¡Tan sencilla y mundana! Cómo el Sol iba a fijarse en algo que estaba tan por debajo suyo... Y cómo el agua osaba siquiera pensar en que el Sol la podria amar. El agua debía saber lo lejos que estaban el uno del otro. Aunque en el fondo de su orgulloso corazón, el Sol temía al poder del agua. Capaz de apagar su pasión con un fresco gesto inocente.
Y ambos ignoraban que en realidad estaban hechos el uno para el otro. Puesto que los dos eran únicos y necesarios para la vida. Gracias a ellos todo nacía y crecía a su alrededor. Se compenetraban a la perfección y se necesitaban tanto... puesto que tanto el agua como el Sol temían a la soledad que les parecía haber sido impuesta.
Pero jamás un amor es simple y puro...