"...DÓNDE ENTRO SI ESTOY SOLA ..." * Lo DeMáS sOn PaLaBrAs tAn SoLo PaLaBrAs *

sábado, 6 de noviembre de 2010

LA RESPUESTA

(Opcional para escuchar mientras leeis --> http://www.youtube.com/watch?v=xMyjW4VjgS8&feature=fvsr)


Sabina mira de reojo los brillantes y anaranjados números del reloj del coche: las 8:27. ‘Tengo el tiempo justo, pero tengo tiempo’, se dice mentalmente haciendo un cálculo rápido. El vuelo sale a las 10:05, por lo tanto la puerta de embarque la cierran a las 9:40. ‘Tengo todavía una hora larga, con margen suficiente para aparcar, correr hasta la terminal, encontrar la puerta…’, su corazón se acelera debajo de su pecho y siente que cada vez su respiración es más agitada. ‘Respira, expira, respira, expira…’, va murmurando mientras no deja de prestar atención a la densa masa de coches que tapona la salida de la ciudad. Sabina vuelve a mirar el reloj: las 8:35. ‘Bien’, piensa. Pero su cuerpo reacciona contrariado y un sudor pegajoso se va interponiendo entre sus manos y el volante. El anillo de compromiso brilla en su dedo anular. Intenta hacer una respiración profunda y cierra ligeramente los ojos. Tiene la rodilla izquierda entumecida a causa de estar presionando el embrague continuamente. Se seca el sudor de su mano derecha en el muslo cubierto con un pantalón vaquero y apoya la mano en el cambio de marchas. Aprovecha para releer el pequeño papel que descansa sobre el asiento del acompañante: VUELO FK-3536, 10:05h. MAD-CUB. El bocinazo del coche de detrás la sobresalta, redirige la vista al frente de la carretera y ve que los coches se han empezado a mover de nuevo. Nota como su cuello y su estómago se destensan un poco, embraga, mete segunda, y avanza unos metros, para después volverse a parar. Inconscientemente vuelve a mirar el reloj: las 8:45. La cabeza de Sabina es una olla a presión, sigue haciendo cálculos interminables, ahora ya en voz alta, sintiéndose algo mejor al escuchar su propia voz en medio de aquel tumulto de coches, pitidos, motores y tubos de escape. ‘Si he salido de casa a las 8:00 y normalmente tardo una hora en llegar hasta el aeropuerto, teniendo en cuenta el tráfico que suele haber un jueves por la mañana en la ciudad…’ mira el reloj: las 8:50. ‘Si hoy el tráfico es más denso de lo normal y en lugar de una hora, tardo, pongamos, el doble, dos horas…’ mira el reloj: las 8:55. ‘No, por favor, no… dos horas no puedo tardar… no voy a llegar…’ se lamenta Sabina mientras aprieta inconscientemente sus manos alrededor del volante, cómo si la presión que ejerciera pudiera, de pronto, disolver aquel desafortunado atasco. ‘No, no, no, no…’ gime Sabina. Le duele todo el cuerpo de la tensión acumulada, sus músculos están agarrotados y ni siquiera mantiene la espalda apoyada en el asiento. Ha empezado a apretar la mandíbula de forma intermitente, como le pasa siempre que está nerviosa. De nuevo, mira el reloj: las 9:00. ‘En 40 minutos cierran la puerta de embarque… no voy a llegar’, Sabina intenta concienciarse para lo peor, sabe que es muy probable que no llegue a tiempo. Embraga, mete segunda y avanza otro tramo. Se vuelve a parar. ‘Venga, ya queda menos’. Podría lamentarse de haber cogido el coche, o de haber salido de casa demasiado tarde, pero sabe que es absurdo puesto que no ha tenido otra opción. De todas formas, lamentarse de poco le sirve en estos momentos, prefiere invertir todos sus esfuerzos en lanzarse a la carrera en cuanto el tráfico se lo permita. Embraga, mete segunda, avanza otro tramo bastante largo esta vez. Parece que la carretera se empieza a despejar. Sabina se masajea con la mano izquierda la nuca, le duele muchísimo. Mira el reloj: las 9:10. ‘Si logro salir de este maldito atasco antes de las 9:15, me planto en el aeropuerto antes de la media.’ Sabina casi se siente como una heroína de cómic. Está dispuesta a lograrlo al precio que sea. ‘Me da igual si me ponen una multa, hay veces que una tiene que estar por encima de estos detalles…’ y dicho esto, embraga, mete segunda, acelera, tercera, acelera aún más, su corazón se dispara, cuarta, todavía queda esperanza. ‘Por fin… si aparco rápido, llego. No tiene porqué haber ningún problema, he hecho este mismo recorrido innumerables veces, me conozco el parking del aeropuerto cómo la palma de mi mano, 6 años viniendo todas las semanas… venga, Sabina, venga…’.

*

Sabina y Antonio habían pasado una romántica velada en uno de sus restaurantes favoritos. Celebraban que hacía 6 años que estaban juntos y seguían enamorados como el primer día. Eran jóvenes, ambos tenían prósperos puestos de trabajo y vivían en una preciosa casa a las afueras. ¿Qué más podían pedirle a la vida? Habían sonreído y habían brindado con cava en sendas copas de cristal, sin dejar de mirarse a los ojos con deseo. Antonio, caballeroso por naturaleza, se había levantado y había ayudado a Sabina a retirar su silla, después la había tomado del brazo hasta la puerta de salida del restaurante y una vez en la calle, sin soltarla, había pedido un taxi con la mano que le quedaba libre. A veces, a Sabina y a Antonio les gustaba jugar a esas galanterías, siempre predecesoras de una íntima noche de sexo. Antonio abrió la puerta del taxi y espero a que Sabina entrara y se acomodara. Después subió él y dio al taxista la dirección de su casa. Era tarde, las calles iluminadas por farolas amarillas estaban prácticamente desiertas. No tardaron en llegar y en dejar que el vino que habían tomado en la cena se hiciera con las riendas de sus cuerpos, que se enredaron amorosamente y así permanecieron hasta que los primeros rayos de luz asomaron por la ventana.

Cuando Sabina despertó, Antonio ya se había ido. ‘Trabaja tanto’, se lamentó Sabina disgustada. Pero enseguida una sonrisa de placer iluminó su cara al recordar la hermosa velada que habían compartido. Giró sobre si misma y descubrió que sobre la almohada, en el lado vacío de Antonio, había una pequeña cajita de terciopelo rojo y un trozo de papel doblado. Sabina saltó de la cama impaciente, abrió la cajita en la que había, como ya sospechaba, un precioso y brillante anillo y enseguida se lo probó. Después cogió la nota de papel, y reconoció la pulcra caligrafía de Antonio pidiéndole que se casara con él y los datos de su próximo vuelo, el de aquella mañana, en el reverso. Sabina se dejo caer de espaldas en la cama. No se lo podía creer. Casada con Antonio. Él y ella, juntos para siempre…La habitación empezó a girar a su alrededor, sentía nauseas, una enorme presión le oprimía el pecho y le costaba respirar. De pronto, el anillo se hizo muy pesado, le quemaba la piel y le apretaba en el dedo. Sentía que se lo tenía que arrancar y nerviosa hizo el intento. ‘¡Mierda!’ farfulló Sabina mientras hacía fuerza para sacárselo. No hubo manera.

Aún con el anillo puesto, se levantó y mecánicamente se duchó, se vistió, cogió las llaves del coche y la nota de Antonio y salió disparada de casa. Antonio llevaba unos meses cubriendo la ruta aérea Madrid – Cuba y ella conocía perfectamente sus horarios. Conocía perfectamente la sensación de levantarse por las mañanas y saber que él estaba lejos, y que aun debería esperar una semana para volver a verle durante dos o tres días, y después vuelta a empezar. Pero esta vez era distinto, esta vez no podría esperar una semana entera para poder hablar con él... Antes de subir al coche miró la hora en su pequeño reloj de muñeca: eran las 8:00 de la mañana.

*

Tras un ruidoso portazo, Sabina abandona su coche en medio de la zona reservada para la carga y descarga de equipaje enfrente del edificio principal de la terminal. Corre sorteando a las cientos de personas que, cargadas con bolsos, maletas, abrigos y paquetes de regalos, esperan su turno para facturar. En su carrera hacía los mostradores tiene que esquivar algunos carritos con equipaje y recibe algunos codazos, pero nada de eso tiene la más mínima importancia. Mira el enorme reloj de diseño analógico que cuelga del techo del edificio: son las 9:40. Finalmente llega al mostrador de la compañía para la que trabaja Antonio y, jadeante, enseña el papel con los datos del vuelo mientras le pregunta a la azafata si han cerrado ya las puertas de embarque:


- Es importante, tengo que hablar con el piloto de este vuelo – dice Sabina casi sin poder respirar.


- ¿Es usted pasajera? ¿Puedo ver su billete? – contesta la azafata con prisas.


- No, no soy pasajera, pero es muy urgente… - responde Sabina, casi con lágrimas en los ojos.


- Lo siento señora, no podemos dejar pasar a nadie. El vuelo no tardará en despegar. – sentencia la azafata mientras desaparece por una puerta que hay en la pared tras el mostrador.


Sabina, en un último intento por contactar con Antonio, busca desesperadamente su teléfono móvil y le llama. El teléfono móvil al que usted está llamando, está apagado o fuera de cobertura. Sollozando, Sabina, cae al suelo y allí se queda, sentada, mirando el anillo de compromiso. Ahora va a tener que esperar toda una semana para poder darle a Antonio una respuesta…