"...DÓNDE ENTRO SI ESTOY SOLA ..." * Lo DeMáS sOn PaLaBrAs tAn SoLo PaLaBrAs *

sábado, 13 de marzo de 2010

UNOS ÚLTIMOS ACORDES -fragmento-

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Estaba detrás de mí. Notaba su presencia cómo una fuerza que me atraía. No me podía resistir. Giré la cabeza para admirarla en todo su esplendor, y allí estaba ella. Hubiera caído rendido a sus pies si me lo hubiera pedido. Ella jamás me fallaba. Estaba esperándome, siempre quieta, esbelta, resplandeciente. Esperándome a mí. ¡A mí! Era mía, y yo… era totalmente suyo. Reseguí con la mirada una y otra vez sus proporciones perfectas, sus curvas que me sabía de memoria. Me sorprendió mi mente evocando de pronto el tacto que ella tenía bajo las yemas de mis dedos y tuve que cerrar los ojos, porque las sensaciones eran demasiado intensas. Quise dejarme llevar por ese recuerdo, cómo quién se regocija con el placer que sabe que va a sentir, momentos antes de hacerlo real, y así, de alguna forma, aumentarlo y alargarlo. Di un paso hacia ella sin dejar de mirarla… ansiaba tenerla entre mis manos de una forma irracional. Sentir el poder que sólo ella me hacía sentir. La seguridad. Ella, mi punto de apoyo. Muchas veces había llegado a ser una parte de mí, de mi propio cuerpo, de mi propia alma. Ella y yo, un solo ser. Quizás por eso cuando no la tenía conmigo, por mucho que me mirara en mil espejos, no conseguía verme, no conseguía ver nada de valor en mí. Ella era mi instrumento, mi modo de expresarme, de comunicarme, de relacionarme con el mundo. Mi puente hacía la vida y, a la vez, mi barrera protectora. Mi escudo. La coraza que todo lo puede evitar, con la que nada puede hacerme daño. No pude aguantar más y me acerqué. La cogí entre mis manos con deseo y reverencia. Acariciándola como siempre, como la primera vez, en realidad como nunca… ¡necesitándola tanto! Me la colgué y me volví a mirar en el duro e implacable espejo. Y el reflejo que me devolvió ya no m parecía tan patético. La luz azul de mi guitarra lo inundaba todo. Sentía el poder que me posee cuando subo al escenario y rasgo los primeros acordes… ‘No hay nada más dulce que el áspero acero de las cuerdas quemándome los dedos’, pensé, y sonreí para mí.

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