"...DÓNDE ENTRO SI ESTOY SOLA ..." * Lo DeMáS sOn PaLaBrAs tAn SoLo PaLaBrAs *

viernes, 15 de julio de 2011

MANZANAS DULZONAS Y ARRUGADAS



Llevas días solo, vagabundeando por entre los escombros de lo que un día fue una gran y moderna ciudad del osadamente llamado Primer Mundo. Sabes que es peligroso haberte alejado durante tanto tiempo de tu grupo, pero, tras meses de hacinamiento forzoso en la vieja fábrica que os hace las veces de hogar, el animal que llevas dentro clama salvajemente la búsqueda del sol, del cielo, de los restos de lo que una vez fueron bosques y ríos. Las plantas de tus pies se han curtido a base de andar descalzo, pues el uso del calzado dejó de ser útil hace ya muchos años. Los músculos de tus brazos y piernas también se han fortalecido por la necesidad de llevar a cabo manualmente cualquier tipo de actividad. Fue una grata sorpresa que tu cuerpo, blando y fofo, acostumbrado a las comodidades de la alta sociedad, sobreviviera y se adaptara sin grandes lesiones a esta realidad que te ha tocado vivir. Millones de personas murieron. La gran mayoría, víctimas de las guerras mundiales que se libraron los primeros años tras el completo agotamiento de los recursos petrolíferos y el fracaso de la explotación de las energías renovables. Otras fueron víctimas de diferentes tipos de cáncer, sida, hepatitis y demás enfermedades que habían ido surgiendo, causadas por el asombroso aumento de la población, la polución, la toxicidad del agua y la mala costumbre de transformar los alimentos en sustancia imperecedera a base de manipulación química La falta de recursos básicos, como la electricidad o el agua corriente, obligó al abandono de hospitales, centros médicos, colegios, universidades, todo tipo de empresas, grandes almacenes, pequeños comercios, museos, bancos, gimnasios, supermercados… El ser humano se veía obligado a encontrarse cara a cara con el mundo que había creado y que se desplomaba a su alrededor arrastrándole consigo.

Es una suerte que no hayas muerto de hambre, ni de sed, ni de soledad o, simplemente, que no hayas enloquecido ante la incapacidad de asimilar lo que cada mañana tus ojos han tenido que soportar. Ya has superado la etapa de la melancolía, del echar de menos a tu familia y amigos, a tu perro, el olor de la tapicería de tu coche, de la comida de tu madre, del pelo de tu mujer recién salida de la ducha… Ya no buscas en cada esquina un edificio que te resulte familiar. Ya no piensas en la cerveza ni en el fútbol, y el sexo se ha convertido en una mera manifestación física, carente de romanticismo o intimidad. Para cubrir todas vuestras necesidades estaban los denominados grupos. Congregaciones de 30 ó 40 personas, hombres y mujeres, bajo el techo de algún edificio que aún se sostuviera sobre sus cimientos, regidos por las normas del más fuerte del grupo. Prácticamente como en los documentales sobre leones o chimpancés que emitían en la televisión, pero con la crueldad de tener que vivir con el recuerdo de un tiempo que, a priori, todos consideraban mejor. Dedicabais el tiempo a almacenar agua, comida, combustibles y ropas, aunque los recursos eran tan precarios que muchos grupos habían tenido que dejar la ciudad para buscar asentamientos en zonas dónde se pudiera empezar a cultivar la tierra. Allí es hacía dónde te diriges. A la búsqueda de un nuevo hogar. Por lo general, después de los sangrientos primeros años, los grupos habían aprendido a respetarse, pero siempre había luchas de poder cuando dos expediciones se encontraban en pleno asalto de, por ejemplo, un almacén de ropa abandonado. Viajando solo, las probabilidades de ser visto como una amenaza para el resto de grupos eran mucho menores.

A lo lejos se yergue una majestuosa montaña coronada por una arboleda. La brisa del atardecer trae consigo el llanto de un bebé y crecen tus esperanzas de encontrar vida humana por estos parajes. Entonces, recuerdas que habrá niños que crecerán en este lugar y será lo único que conozcan... Ya nadie lee libros, y todo lo almacenado en formatos digitales es irrecuperable. Nuestra gran fuente de información, Internet, no será más que la protagonista de las leyendas que los abuelos cuenten a sus nietos al calor del fuego en las noches de verano. Te estremeces al ver, a un lado del camino, bolsas enormes con billetes de todos los tamaños y colores. Una sonrisa amarga e irónica te cruza la cara. Fortunas enteras, celosamente amasadas durante años, no son ahora más que combustible rápido para las cientos de perennes hogueras que guardan las entradas de los refugios. La noche cae sobre tus hombros y ni siquiera te has dado cuenta, ensimismado en tus reflexiones. Vislumbras ahora, entre los troncos de la arboleda, los cálidos destellos de las lumbres encendidas e incluso te parece percibir un tenue aroma a carne asada. Reparas en que tienes hambre y frío, pero el asentamiento está todavía a unos quilómetros de distancia. Mañana reemprenderás el camino. Te tumbas en posición fetal, te acurrucas, y te adormeces pensando en que ya has perdido la cuenta de los años que tienes, de los años que han pasado y de la importancia relativa que actualmente tiene todo aquello por lo que siempre habías luchado.

Te despiertan unos golpecitos suaves pero insistentes en tu muslo izquierdo. Entreabres los ojos y ves su cara frente a la tuya. Sonríes estúpidamente. Ella te mira con extrañeza, pero, a la vez, atisbas en sus labios una mueca que disimula una sonrisa de esperanza. El pesado sopor del que estás emergiendo te impide pensar con claridad, pero adivinas que será una de las mujeres del asentamiento de la arboleda. De pronto… ¡un pálpito! Tu estómago se encoge. Sus facciones, sus gestos, te recuerdan a alguien. ¡Crees saber quién es ella! Te gustaría tocarla, acariciarla, asegurarte de que es real. Intentas moverte, pero no puedes. Allí, delante de ti, hay una versión sucia y madura del que un día, hace ya muchos años, fue el amor de tu vida. No pueden dejar de sorprenderte las irónicas artimañas del azar. De golpe, las fuerzas vuelven a tus miembros y empiezas a doblar las rodillas, apoyándote sobre un codo e irguiendo tu espalda. Ella retrocede ante tus movimientos, pero no demasiado. ¿Te habrá reconocido bajo toda esa barba, esas arrugas y ese olor nauseabundo que debes de tener pero que evidentemente tú ya no percibes? Se pone en pie y descubres que está completamente desnuda. Lleva el pelo suelto, largo y canoso, rozándole las corvas de las piernas. El último miembro de tu cuerpo que quedaba por despertarse, reacciona poniéndote en evidencia, y por primera vez en muchos años, te sonrojas por ello. Tus manos se ponen a temblar, y, al poco rato, todo tu cuerpo es presa de un sentimiento tan olvidado en este mundo arrasado y desecho que te sientes culpable por haberlo recuperado. La deseas como cuando ambos teníais 15 años y la esperabas montado en tu bici en la esquina de su casa. La deseas como cuando tus padres decidieron que su familia no era suficientemente buena para ellos, que ella no era suficientemente buena para ti. La deseas como debe desear un animal en celo a su hembra, irracional e impulsivamente. Y allí, en mitad del apocalipsis, hacéis el amor a plena luz del día, insultando deliberadamente con este gesto a vuestras familias perdidas, deshaciéndoos de tabúes y normas absurdas que os han mantenido alejados durante tantos años. Saboreándoos, reconociéndoos, perdonándoos… ahora ya sabes que es ella y ella sabe que eres tú.

Después te llevará hasta un río cercano y os lavaréis. Comeréis unas manzanas dulzonas y arrugadas, mordisqueadas y abandonadas por algún animal huidizo. Y allí, desnudo y satisfecho a su lado, pensarás en que no posees absolutamente nada y que ni siquiera estás seguro de cuánto tiempo sobrevivirás así, pero que eres inmensamente feliz… feliz, como nunca antes lo habías sido.

2 Comments:

  • At 16:31, Anonymous César said…

    Me gusta el ambiente apocalíptico, aunque el final es demasiado feliz para mi gusta. Lo hubiese preferido agridulce, como la salsa del chino.

     
  • At 22:58, Blogger Joan Villora said…

    Sí, a mí también me ha gustado, pero el final lo he visto demasiado conformista, tal vez quedaría mejor con una sorpresa final.

     

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