"...DÓNDE ENTRO SI ESTOY SOLA ..." * Lo DeMáS sOn PaLaBrAs tAn SoLo PaLaBrAs *

domingo, 11 de septiembre de 2011

¡NOS MUDAMOS!




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domingo, 4 de septiembre de 2011

TAN TRISTE COMO ELEGANTE


Pregúntale del tiempo,
y a ver si se acuerda de mí.
Pregúntale si es cierto
que nadie la ve sonreír.

Pregúntale qué añora
y en qué piensa cuando llora.
Pregúntale si el tiempo
cambia o sigue lloviendo.



(Opcional para escuchar mientras leeis --> http://www.youtube.com/watch?v=QRYm9yOq3w0)

El semáforo se pone en verde y comienzo a caminar de nuevo. Intento no perder el ritmo a la vez que sigo guardando con ella una distancia prudencial. Es de noche, pero todavía hay suficientes personas en la calle como para que nadie sospeche de mí. Mientras observo su figura de espaldas, intento descifrar el motivo concreto por el cual la he elegido a ella, pues no me gusta pensar que es cosa del azar, pero no doy con nada que me convenza. Generalmente me suelo dejar guiar por la intuición, por los impulsos, pero quizás sea algún tipo de atracción inconsciente lo que me cautiva. En algunas ocasiones hay un rasgo físico que me atrae o que me evoca algún recuerdo inconfesable, entonces todo resulta mucho más sencillo, más fluido, pero también hace que el seguimiento pierda parte de su encanto. Me concentro en su gracioso caminar, con zancadas pequeñas y rápidas. Tendrá prisa por llegar a dónde sea que se dirija, pienso. Sus piernas parecen fuertes y sus músculos se tensan en cada movimiento. No tiene un cuerpo atlético, es más bien menuda con formas redondeadas y bonitas. Sin querer la imagino flotando entre las verdiazules aguas de una playa solitaria, pero entonces reparo en la blancura de su piel y automáticamente la sitúo haciendo enérgicos largos en una piscina artificial. Va completamente vestida de negro, que para mí es un color tan triste como elegante, y le adjudico mentalmente una pérdida reciente. Un abuelo quizás, o un tío. Pero enseguida me reprocho la simpleza de la conexión que acabo de hacer y decido que sencillamente hace poco que ha sufrido un desengaño amoroso.

Semáforo. Aprovecho para acercarme disimuladamente, necesito verle algún rasgo de la cara, aunque sólo sea de perfil. Ella está distraída y no repara en mi presencia. Mantiene su mirada perdida en el horizonte de asfalto. Parece como si el mundo interior en el que habita su mente sea ya suficiente para ella y no necesite nutrirse de distracciones externas. Me regalo unos segundos más de observación minuciosa en los que descubro restos mal disimulados de unas lágrimas recientes. Unos labios serios y apretados que, intuyo, en otro tiempo escondieron una sonrisa encantadora. No hay restos de furia, rabia o enfado, es más una serena y amarga resignación mezclada con la barbilla altiva de quién está acostumbrada a luchar contra su propio orgullo. Me avergüenzo y aparto la mirada, me siento intimidado por esa descarada y natural exposición de su intimidad. La opaca luz verde del semáforo anuncia que ya podemos volver a ponernos en marcha. Ella avanza, a la vez que inclina su cabeza hacia atrás, suspira lenta y silenciosamente. Durante unos segundos se mantiene en esa posición sin dejar de andar con asombroso equilibrio y rectitud. Siento curiosidad y yo también elevo mi vista hacia el cielo para descubrir con agrado que esta noche hay una enorme, redonda y preciosa luna llena, pero enseguida me mareo y me obligo a mirar al frente de nuevo. Cómo nunca me han gustado las historias fantásticas, descarto a la mujer lobo y a la bruja hechicera y me quedo con la vena soñadora y cambiante de, quizás, una artista atrapada en una sociedad demasiado pragmática que simplemente espera sobrevivir sin marchitarse demasiado.

Debo llevar siguiéndola al menos cuarenta y cinco minutos. Es bastante tiempo, demasiado quizás. Soy consciente de que cuanto más tiempo pase más probabilidades hay de ser descubierto, pero estoy totalmente fascinado. Quiero saber más, o al menos, quiero que me deje intuir más para que mi imaginación pueda volar. De pronto, sin detenerse, se lleva las manos al bolso. ¿Habrá reparado en mi presencia? ¿Creerá que soy un ladrón? Observo cómo de ese bolso azul brillante con alegres flores rosas, que contrasta totalmente con el resto de su atuendo, saca un moderno móvil protegido en una funda de piel negra. Lo acaricia. Marca rápidamente y se lleva el móvil a la oreja ladeando suavemente la cabeza hacía la derecha. Espera así unos segundos y yo necesito creer que ese llamativo bolso del que va cogida es una puerta abierta a la esperanza, que aguarda muy dentro de su ser, pero que está dispuesta a salir y a mostrarse en cuanto alguien le brinde un poco de confianza. Deseo que la persona a la que está llamando conteste, para así poder oír su voz. La voz… es algo tan característico de una persona. Pero parece que no hay suerte y ella deja caer derrotista su brazo con el móvil aún en la mano. Tras unos pasos más, vuelve a marcar. Y a esperar. Y yo vuelvo a desear oír su voz, pero tampoco hay suerte.

Hemos dejado ya la calle principal por la que andábamos y empezamos a callejear por las entrañas de un barrio que desconozco. Se dirige a casa. A su casa o a casa de alguien. Parece un barrio tranquilo y silencioso. Se dirige a su casa, vive sola, deduzco. Vive sola, pero no en un piso de alquiler, es un piso heredado de algún familiar, invento. Sin darme cuenta empiezo a esconderme por las esquinas. Ya no hay nadie más en la calle, iluminada apenas por una farola de luz anaranjada. Cuando ella se detiene, no me da tiempo a esconderme en la esquina más cercana y tengo que agacharme y apretujarme rápidamente entre unos coches aparcados en la acera. Está parada frente a una portería dónde reza el número 49. No encuentro nada destacable en la puerta, aparte de que me parece feísima y anticuada. Con un suave tintineo hace emerger del bolso un enorme llavero poblado de recuerdos viejos. Le gusta viajar, y le gusta comprar llaveros en las tiendas de souvenirs, pienso rápidamente consciente de que nuestro tiempo juntos está llegando a su fin. Antes de que pueda despedirme de ella con la mirada, desaparece engullida por la oscuridad de la fea puerta. Cuando la puerta se cierra, salgo de mi escondite y reparo en que ha empezado a refrescar. El final del verano se acerca. No tengo ni idea de dónde estoy y no me veo capaz de encontrar el camino de vuelta por dónde hemos venido, así que sigo callejeando un rato más hasta dar con la boca de metro más cercana. Mientras camino despreocupado, aprovecho para hilvanar en mi cabeza una bonita historia que encaje con la protagonista que acabo de crear. Pienso en lo contento que estará mi agente, cuando le llame mañana para decirle que ya tenemos entre manos un nuevo best-seller.

martes, 26 de julio de 2011

NATURALEZA MUERTA






Naturaleza muerta, te miro,
me quedo pensando…
¡pareces tan viva!

Naturaleza muerta, me miro,
rosa cabizbaja…
¡parezco tan muerta!

Mis pómulos tan rojos… y ahora amarillentos…
Mis ojos tan brillantes… y ahora tan resecos…
Tan secos de agua, de lluvia, de afecto.
Mis pétalos volando, bailando al son del viento.
Cayendo hasta tu palma, de tierra y de lamento.

El viento me oxida porque yo me dejo.
Te has ido, vida, te has ido y no has vuelto.
¡Ay! Si un día vuelves en busca de mi beso,
de mis pómulos rojos, de mis ojos serenos...
¡Ay! Consuélate, vida, con estos tallos secos,
y besa estas hojas marchitas de miedo.

…capullitos rotos, mirando hacia el suelo…


Vida escondida que no ha dejado de quererte
aunque solo ofrezca ya,


dolor,




decadencia,










muerte…

viernes, 15 de julio de 2011

MANZANAS DULZONAS Y ARRUGADAS



Llevas días solo, vagabundeando por entre los escombros de lo que un día fue una gran y moderna ciudad del osadamente llamado Primer Mundo. Sabes que es peligroso haberte alejado durante tanto tiempo de tu grupo, pero, tras meses de hacinamiento forzoso en la vieja fábrica que os hace las veces de hogar, el animal que llevas dentro clama salvajemente la búsqueda del sol, del cielo, de los restos de lo que una vez fueron bosques y ríos. Las plantas de tus pies se han curtido a base de andar descalzo, pues el uso del calzado dejó de ser útil hace ya muchos años. Los músculos de tus brazos y piernas también se han fortalecido por la necesidad de llevar a cabo manualmente cualquier tipo de actividad. Fue una grata sorpresa que tu cuerpo, blando y fofo, acostumbrado a las comodidades de la alta sociedad, sobreviviera y se adaptara sin grandes lesiones a esta realidad que te ha tocado vivir. Millones de personas murieron. La gran mayoría, víctimas de las guerras mundiales que se libraron los primeros años tras el completo agotamiento de los recursos petrolíferos y el fracaso de la explotación de las energías renovables. Otras fueron víctimas de diferentes tipos de cáncer, sida, hepatitis y demás enfermedades que habían ido surgiendo, causadas por el asombroso aumento de la población, la polución, la toxicidad del agua y la mala costumbre de transformar los alimentos en sustancia imperecedera a base de manipulación química La falta de recursos básicos, como la electricidad o el agua corriente, obligó al abandono de hospitales, centros médicos, colegios, universidades, todo tipo de empresas, grandes almacenes, pequeños comercios, museos, bancos, gimnasios, supermercados… El ser humano se veía obligado a encontrarse cara a cara con el mundo que había creado y que se desplomaba a su alrededor arrastrándole consigo.

Es una suerte que no hayas muerto de hambre, ni de sed, ni de soledad o, simplemente, que no hayas enloquecido ante la incapacidad de asimilar lo que cada mañana tus ojos han tenido que soportar. Ya has superado la etapa de la melancolía, del echar de menos a tu familia y amigos, a tu perro, el olor de la tapicería de tu coche, de la comida de tu madre, del pelo de tu mujer recién salida de la ducha… Ya no buscas en cada esquina un edificio que te resulte familiar. Ya no piensas en la cerveza ni en el fútbol, y el sexo se ha convertido en una mera manifestación física, carente de romanticismo o intimidad. Para cubrir todas vuestras necesidades estaban los denominados grupos. Congregaciones de 30 ó 40 personas, hombres y mujeres, bajo el techo de algún edificio que aún se sostuviera sobre sus cimientos, regidos por las normas del más fuerte del grupo. Prácticamente como en los documentales sobre leones o chimpancés que emitían en la televisión, pero con la crueldad de tener que vivir con el recuerdo de un tiempo que, a priori, todos consideraban mejor. Dedicabais el tiempo a almacenar agua, comida, combustibles y ropas, aunque los recursos eran tan precarios que muchos grupos habían tenido que dejar la ciudad para buscar asentamientos en zonas dónde se pudiera empezar a cultivar la tierra. Allí es hacía dónde te diriges. A la búsqueda de un nuevo hogar. Por lo general, después de los sangrientos primeros años, los grupos habían aprendido a respetarse, pero siempre había luchas de poder cuando dos expediciones se encontraban en pleno asalto de, por ejemplo, un almacén de ropa abandonado. Viajando solo, las probabilidades de ser visto como una amenaza para el resto de grupos eran mucho menores.

A lo lejos se yergue una majestuosa montaña coronada por una arboleda. La brisa del atardecer trae consigo el llanto de un bebé y crecen tus esperanzas de encontrar vida humana por estos parajes. Entonces, recuerdas que habrá niños que crecerán en este lugar y será lo único que conozcan... Ya nadie lee libros, y todo lo almacenado en formatos digitales es irrecuperable. Nuestra gran fuente de información, Internet, no será más que la protagonista de las leyendas que los abuelos cuenten a sus nietos al calor del fuego en las noches de verano. Te estremeces al ver, a un lado del camino, bolsas enormes con billetes de todos los tamaños y colores. Una sonrisa amarga e irónica te cruza la cara. Fortunas enteras, celosamente amasadas durante años, no son ahora más que combustible rápido para las cientos de perennes hogueras que guardan las entradas de los refugios. La noche cae sobre tus hombros y ni siquiera te has dado cuenta, ensimismado en tus reflexiones. Vislumbras ahora, entre los troncos de la arboleda, los cálidos destellos de las lumbres encendidas e incluso te parece percibir un tenue aroma a carne asada. Reparas en que tienes hambre y frío, pero el asentamiento está todavía a unos quilómetros de distancia. Mañana reemprenderás el camino. Te tumbas en posición fetal, te acurrucas, y te adormeces pensando en que ya has perdido la cuenta de los años que tienes, de los años que han pasado y de la importancia relativa que actualmente tiene todo aquello por lo que siempre habías luchado.

Te despiertan unos golpecitos suaves pero insistentes en tu muslo izquierdo. Entreabres los ojos y ves su cara frente a la tuya. Sonríes estúpidamente. Ella te mira con extrañeza, pero, a la vez, atisbas en sus labios una mueca que disimula una sonrisa de esperanza. El pesado sopor del que estás emergiendo te impide pensar con claridad, pero adivinas que será una de las mujeres del asentamiento de la arboleda. De pronto… ¡un pálpito! Tu estómago se encoge. Sus facciones, sus gestos, te recuerdan a alguien. ¡Crees saber quién es ella! Te gustaría tocarla, acariciarla, asegurarte de que es real. Intentas moverte, pero no puedes. Allí, delante de ti, hay una versión sucia y madura del que un día, hace ya muchos años, fue el amor de tu vida. No pueden dejar de sorprenderte las irónicas artimañas del azar. De golpe, las fuerzas vuelven a tus miembros y empiezas a doblar las rodillas, apoyándote sobre un codo e irguiendo tu espalda. Ella retrocede ante tus movimientos, pero no demasiado. ¿Te habrá reconocido bajo toda esa barba, esas arrugas y ese olor nauseabundo que debes de tener pero que evidentemente tú ya no percibes? Se pone en pie y descubres que está completamente desnuda. Lleva el pelo suelto, largo y canoso, rozándole las corvas de las piernas. El último miembro de tu cuerpo que quedaba por despertarse, reacciona poniéndote en evidencia, y por primera vez en muchos años, te sonrojas por ello. Tus manos se ponen a temblar, y, al poco rato, todo tu cuerpo es presa de un sentimiento tan olvidado en este mundo arrasado y desecho que te sientes culpable por haberlo recuperado. La deseas como cuando ambos teníais 15 años y la esperabas montado en tu bici en la esquina de su casa. La deseas como cuando tus padres decidieron que su familia no era suficientemente buena para ellos, que ella no era suficientemente buena para ti. La deseas como debe desear un animal en celo a su hembra, irracional e impulsivamente. Y allí, en mitad del apocalipsis, hacéis el amor a plena luz del día, insultando deliberadamente con este gesto a vuestras familias perdidas, deshaciéndoos de tabúes y normas absurdas que os han mantenido alejados durante tantos años. Saboreándoos, reconociéndoos, perdonándoos… ahora ya sabes que es ella y ella sabe que eres tú.

Después te llevará hasta un río cercano y os lavaréis. Comeréis unas manzanas dulzonas y arrugadas, mordisqueadas y abandonadas por algún animal huidizo. Y allí, desnudo y satisfecho a su lado, pensarás en que no posees absolutamente nada y que ni siquiera estás seguro de cuánto tiempo sobrevivirás así, pero que eres inmensamente feliz… feliz, como nunca antes lo habías sido.

miércoles, 6 de julio de 2011

INCENDIO






Caprichosa dama, extiendes tu rojo manto

Y a cada paso tuyo todo lo ahogas con tu perfume.

Rápido y letal, danzas tu macabro baile

Y te elevas al cielo y te haces inmensa.


Seduces al árbol joven con falsas promesas

De lujuria y pasión, llenas sus ramas

Que ahogan un grito sordo entre los pliegues

De tu rojo manto: cenizas congeladas.


¿Cuál fue su pecado para tamaña condena?

Que con una caricia tuya

consumes tronco y carne,

pasto

y yedra.

¿Cuál fue su pecado para tamaña condena?

Que por tu amor devastas

y luego mueres de hambre,

llanto

y pena.

miércoles, 15 de junio de 2011

ME GUSTA

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TRANSGRESIÓN

(Opcional para escuchar mientras leeis --> http://www.youtube.com/watch?v=_LpmrZbTu1o)


La habitación todavía está bastante oscura, pero intuyes que debe estar amaneciendo porque los primeros rayos de luz se cuelan por las rendijas de la persiana y atraviesan las casi trasparentes cortinas color melocotón. Desde tu posición privilegiada en una esquina de la habitación la puedes observar perfectamente. Está hecha un ovillo bajo la colcha de su cama, que se eleva rítmicamente con cada una de sus profundas respiraciones. Duerme plácidamente. ¡Te has pasado tantas horas simplemente velando su sueño! Sientes un gran amor hacia ella. Si pudieras, ahora mismo correrías a acurrucarte a su lado, bajo las sábanas, bajo su pecho… pero debes permanecer en tu posición, en silencio e inamovible.

El maldito despertador te arranca de tus ensoñaciones, a la vez que a ella del profundo sueño. Son las 8 de la mañana. Ella saca un brazo perezoso y lo alarga hasta la mesita de noche, tantea un par de veces y por fin, de un golpe seco, termina con el desagradable pitido. Tu corazón se ha desbocado por el repentino acercamiento de su mano, pero a ti ni siquiera te ha rozado. Recuerdas bien el tacto de las yemas de sus dedos, que tantas otras veces has sentido. Esa sensación… esa emoción… esa increíble conexión entre vosotros dos. Evocas en tu memoria las maravillas que sois capaces de crear juntos y un escalofrío te recorre por dentro.

Ella se levanta de la cama y te da la espalda inconscientemente. Ladea la cabeza a derecha y a izquierda haciendo crujir sus cervicales, se estira y se despereza y a ti te hacen gracia sus pelos despeinados, ahora rubios, hace unas semanas negros. Aún sentada en el borde de la cama, se quita la parte superior del pijama que tira al suelo despreocupadamente. Sabes lo que viene a continuación y te gustaría poder apartar tu atención de ella, regalarle esa intimidad de la que cree que disfruta y con la que tan cómoda se muestra, pero es superior a ti, no puedes dejar de mirarla.

Completamente desnuda, se levanta, se dirige al armario, abre la puerta y se queda quieta, pensando absurdamente que hoy también se pondrá vaqueros y camiseta, como todos los días. Y mientras se viste, luchas contra el deseo de hacer algo transgresor, algo que vaya contra las leyes de la naturaleza que ella conoce y sobre las cuales se basan todas sus teorías. No quieres asustarla, ni enloquecerla, solo necesitas expresarte...

Aprovechando al máximo la perspectiva que puedes lograr desde tu posición, la enfocas, acercas el zoom, la sigues durante un par de segundos y finalmente la captas en toda su esencia, en todo su esplendor, con esa naturalidad que tanto adoras… ¡Click! Y en pocos segundos, estás expulsando una instantánea, que vuela torpemente en círculos cada vez más pequeños hasta dar contra el suelo.

Alertada por el repentino disparo, ella se gira y se agacha a recoger la foto del suelo. ¿De dónde ha salido esto?, piensa entre sorprendida y asustada… Tú quisieras poder gritar, ¡Yo! ¡He sido yo! Pero no puedes. Eres una cámara, y obviamente, las cámaras no hablan.



Foto gentileza de Ana Linares
http://www.flickr.com/photos/ana_linares/with/5791050611/

domingo, 5 de junio de 2011

ROJO

(Opcional para escuchar mientras leeis --> http://www.youtube.com/watch?v=296OLVY2pO8)


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-Pensaba que aparecerías con los labios pintados de rojo… -dijiste al verme.

Yo sonreí. Nunca me pinto los labios cuando tengo la intención de besar a alguien… entonces tú no lo sabías, pero no tardarías en descubrirlo.


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