"...DÓNDE ENTRO SI ESTOY SOLA ..." * Lo DeMáS sOn PaLaBrAs tAn SoLo PaLaBrAs *

jueves, 19 de mayo de 2011

LA HISTORIA DE CORALINDA

(Opcional para escuchar mientras leeis --> http://www.youtube.com/watch?v=PvUx4zCU9io&feature=related)

Bayo, el mejor amigo de Coralinda ha muerto, pero ella no lo sabe. Su madre la ha levantado temprano y le ha dicho que hoy no irá al colegio. Coralinda no ha preguntado el porqué. Se ha quedado mirando por la ventana mientras su madre le arregla la habitación. Un cielo lleno de nubes grises amenaza lluvia. A Coralinda le gusta cuando llueve, porque su madre le pone esas extrañas bolsas verdes en los pies atadas con una gomita para que no se le estropeen los zapatos y ella se imagina que de pronto le ha salido cola de pez y se ha convertido en una sirena. El viento sopla ruidosamente encabritando un mar que embiste contra las imperecederas rocas que custodian la playa. Las enormes gaviotas huyen despavoridas emitiendo su peculiar grito agónico. Coralinda no puede apartar la mirada de la terrible lucha a muerte que están librando rocas y mar, y se pregunta por qué el mar no desiste en el empeño de herir a las rocas, cuando es evidente que estas son mucho más fuertes que él. La madre de Coralinda abre el armario de la habitación y escoge para su hija un sencillo vestido de paño negro y una camisa blanca. Empieza a vestir a la niña mientras le recuerda que no debe menospreciar el poder del mar. El padre de Coralinda era marinero, cómo casi todos los hombres de aquel pequeño pueblo costero. Hace cinco años, cuando Coralinda era todavía muy pequeña para comprender o recordar, su padre despareció en alta mar, sorprendido por una tempestad traicionera. Coralinda siempre se ha imaginado la pequeña embarcación de su padre asaltada por un grupo de jóvenes y hermosas sirenas aventureras que, quedando prendadas de su espesa barba pelirroja, deciden llevárselo con ellas a su mágico reino submarino. Mientras termina de abrocharle los zapatos a la niña, la madre de Coralinda observa a su hija, su despeinado pelo rojo, herencia de su padre y la vidriosa mirada perdida en el lejano y fantástico universo en el que se suele perder su cabecita. Se lamenta de la desbordante imaginación de la niña, pero se pregunta si no tendrá ella la culpa por intentar siempre protegerla de cualquier cosa que le pueda hacer daño. Todavía no sabe qué decirle sobre Bayo y las primeras campanas que llaman a misa ya inundan las calles de un pueblo que hoy está de luto.

Coralinda y su madre salen de casa y se unen a la silenciosa procesión de figuras negras, que como ellas, se dirigen a la playa. Cogidas de la mano fuertemente caminan cabizbajas resguardando sus rostros del feroz viento. Coralinda arrastra los pies por el suelo de gravilla y pasea la mano que le queda libre por entre las frías piedras de las fachadas de las casas. Mientras caminan piensa en Bayo. Se muere de ganas de llegar a la playa, soltarse de la mano de su madre y correr libre a su encuentro. Tuercen por la calle de la pajarería, Coralinda aprieta el paso, sabe que están llegando. Sin querer, su joven e inocente corazón se acelera. Puede oler el mar, sentir su presencia. La madre de Coralinda sienta a su hija en un banco del pequeño paseo marítimo y mientras le desabrocha los zapatos para que no se los ensucie de arena le empieza a contar una historia. Una fantástica y maravillosa historia digna del mejor cuentacuentos en la que una niña sirena llega a la orilla de la playa, dónde Bayo y otros niños están jugando alegremente. La sirena, que se siente muy sola, se pone a jugar con ellos y se divierten tanto que las horas pasan sin que se den cuenta. Cuando empieza a anochecer y la sirena y Bayo se tienen que despedir se ponen muy tristes, pues se han hecho muy amigos. La madre de Coralinda tiene que contener las lágrimas. La sirena le pide a Bayo que le acompañe a su hogar submarino, a su reino mágico en el fondo del mar… y él acepta. Coralinda se indigna porque Bayo ni siquiera se ha despedido de ella y porque no piensa que sea justo que ahora Bayo esté con su padre y ella se sienta tan sola y desgraciada, pero no dice nada. Su madre la abraza y ambas empiezan a caminar dificultosamente por la arena de la playa hasta la orilla, dónde se reúnen con el grupo de mujeres y niños que están despidiendo a Bayo de forma simbólica. Coralinda reconoce a la mujer que se acerca al agua tambaleante y arroja un osito de peluche, es la madre de Bayo. Y aquella masa marrón informe y mojada que se aleja y se pierde en el horizonte, había sido Napoleón, compañero de juegos de los dos niños. Coralinda no puede evitar dejar escapar una lágrima y acto seguido, tras un estruendoso relámpago que parece emerger de las entrañas del cielo, empieza a llover torrencialmente.



Coralinda siente el frío y la humedad del agua presionando todo su cuerpo. Al principio no puede ver nada, todo está negro y le cuesta respirar. Se agita, se pone muy nerviosa, siente mucho miedo… está sola en este océano inmenso. Intenta gritar, llamar a su madre, pero los sonidos no salen de su garganta y, en cambio, cada vez que abre la boca le es imposible no tragar una gran cantidad de agua salada que le contrae el estómago. Cuando siente que ya no puede más, de pronto, su cuerpo se afloja. Deja de luchar contra la corriente de agua y empieza a flotar grácilmente… Sus piernas se están cubriendo de miles de plateadas escamas que la ayudan a impulsarse a su antojo por entre las cristalinas aguas. Ahora puede abrir los ojos sin dificultad y admirar el increíble espectáculo que se muestra ante ella. Peces de todos los colores la rodean, corales blancos y rojos, algas que le hacen cosquillas en los brazos, esponjas, caballitos… Bayo y su padre. Ambos han ido al encuentro de la pequeña Coralinda que nada, ríe, canta, gira sobre sí misma alegremente mientras su pelo rojo flota alrededor de su cabeza. Se abraza a su padre y a Bayo y se siente feliz. Sabe que ahora la llevaran con ellos a ese reino mágico con el que siempre ha soñado.

En la superficie, la madre de Coralinda permanece inmóvil en la playa, aguardando con la mirada perdida, a que la marea le devuelva el cuerpo hinchado y violáceo de su hija.