"...DÓNDE ENTRO SI ESTOY SOLA ..." * Lo DeMáS sOn PaLaBrAs tAn SoLo PaLaBrAs *

viernes, 7 de enero de 2011

LOLA

(Opcional para escuchar mientras leeis --> http://www.youtube.com/watch?v=ccsUjRhpo_U )


Eran las 6 de la mañana de una fría noche de Noviembre y Lola estaba sentada al borde del pequeño escalón de la puerta trasera de la sala de fiestas dónde hacia unos meses había encontrado trabajo como camarera. Se intentaba resguardar como podía tras las sombras que proyectaban los coches aparcados en la acera. Estaba esperando que llegara el taxi que cada noche pedía al terminar su jornada laboral. Aquella zona antigua de la ciudad era de todo menos segura y Lola ya antes había experimentado en sus propias carnes un robo a punta de cuchillo, una paliza en algún callejón oscuro o unos magreos indecentes y unas risas burlonas. Ahora que al fin podría permitirse gastar algo de dinero no se quería arriesgar. Por fin, después de mucho batallar, había encontrado ese trabajo que era lo más parecido a lo que desde su más tierna infancia siempre había estado anhelando: poder sentirse ella misma. Y aunque hubiera querido cantar, bailar, subirse a un escenario y rodearse de luces, lentejuelas, maquillaje, tacones, plumas… a sus 42 años necesitaba ser realista y no dejarse llevar por sueños de adolescente. Lola ya no aspiraba a mucho más que a seguir poniendo copas, pero el mundo de la noche siempre le había fascinado y al final había aprendido a conformarse sólo con las migajas… siempre que fueran las migajas de sus propios sueños, que al fin y al cabo, era por lo que había estado luchando. Lejos quedaba la época en la que se había permitido, siempre en la soledad de su habitación, dejarse llevar por aquellas ilusiones y aquellos deseos más privados, llegando a pensar que quizás algún día encontraría la forma de hacerlos realidad. Lejos quedaba la rebelde adolescencia que tanta confusión había sembrado en su cabecita loca y que la había convertido en lo que hoy era. Lejos quedaban ya los insultos y las bromas de sus compañeros de instituto, que jamás lograron comprender la complejidad de aquellos sueños, de aquellas necesidades y que habían obligado a Lola desde su juventud a construirse una dura coraza que resguardara su frágil espíritu del hostil mundo que la rodeaba.

Ensimismada en sus pensamientos, Lola vio como el taxi se acercaba y frenaba silencioso y tardó unos minutos en reaccionar y ponerse en pie para que el taxista reparara en su presencia. Eso no era difícil, pues Lola era grande, corpulenta, de espaldas anchas y piernas firmes. Ataviada con sus altos tacones de aguja y sus medias de rejilla intentó esconder su minúsculo vestido de lentejuelas rojas bajo el raido abrigo de pana gris de corte masculino. Se acercó al taxi con tres grandes zancadas y abrió la puerta trasera. Sacudió ligeramente su larga cabellera oscura y entró. Una vez dentro, y antes de pronunciar palabra, esa misma cabellera que segundos antes lucía sobre su cabeza, terminó por descansar a su lado en el asiento despeinada y cansada como Lola, que ahora lucía su verdadero pelo corto y canoso. Tras darle la dirección de su casa al taxista, reclinó la cabeza y dejó que sus cervicales descansaran mientras a través de la ventanilla su vista se perdía en el triste paisaje urbanita que atravesaban. Cuando la oscuridad no le dejaba ver lo que había fuera, el cristal se convertía en un espejo, que le devolvía el reflejo de unos ojos pequeños, engrandecidos por las mil capas de maquillaje y purpurina y las enormes pestañas postizas. Recordaba que con solo 6 años ya se escondía en la habitación de su madre y se probaba su ropa, sobretodo sus zapatos. Se pintaba y se peinaba e inventaba mil historias… pero cuando escuchaba abrirse la puerta de casa y a su padre entrando con su malhumor a cuestas, tenía que despedirse de esos sueños, guardarlo todo en el armario y rezar para que su padre no encontrara restos de carmín en su cara. La relación con su madre siempre había sido diferente, ella podía entender aquellos sueños prematuros e incluso hacer la vista gorda cuando encontraba su ropa revuelta y manchada. Había perdido la cuenta de las palizas que su padre le había dado, su madre en cambio nunca le había puesto la mano encima. Que lejanos quedaban en ese momento, todos aquellos recuerdos de infancia… pero a la vez qué próximos estaban todos los sentimientos que nacieron en aquellos años.

Aquellas no eran horas de llegar a casa, pensó al bajar del taxi y cerrar la puerta con un golpe seco. Sabía que los vecinos murmuraban sobre su cambio de hábitos, pero por suerte, en raras ocasiones se cruzaba con ellos. Es curioso como en la vida, a veces, solemos soportar y mantener situaciones que nos hacen desgraciados, simplemente por el miedo al qué dirán los demás. Los demás… ¿Pero quién coño son los demás? Lola odiaba la rutina de levantarse cada mañana, ducharse, vestirse, desayunar, adentrarse en el tráfico matutino de la ciudad, las 8 horas de ordenador y comidas rápidas, las broncas en casa, las noches sin dormir, la inaguantable sensación de asfixia al ver pasar los años, al ver pasar los años desperdiciados uno tras otro en una vida que no era la suya, que no era la que quería vivir. Verse envejecer en el espejo todas las noches y preguntarse: ¿Hasta cuándo? ¿Hasta que los demás me dejen de importar? Y es más curioso cómo de pronto, un día, te levantas y solamente importas tú. Y no sólo has dejado de pensar en los vecinos, sino que tu propia familia ha dejado de ser una prioridad. El día a día, las comidas, las reuniones, las vacaciones, las Navidades, los cumpleaños, los aniversarios, el día de tu boda, tu luna de miel, los montones de fotos acumuladas en álbumes, los montones de ropa acumulada en los armarios, una casa llena de recuerdos, de peluches, de vajillas, de alfombras, de imanes de nevera, de polvo en los rincones y de dudas, llantos, desesperación y por último de soledad y abandono.

Entró a casa a oscuras y se dirigió a su habitación, la que años antes había compartido con su mujer. Echó un vistazo a la cama vacía de la habitación de enfrente: la de su hijo. Si de una sola cosa se arrepentía Lola en su vida, era de haber pedido a su hijo… Se sentó frente al tocador y como casi todas las madrugadas, no pudo reprimir las amargas lágrimas que brotaban de sus ojos mientras se desmaquillaba. Lola se iba difuminando lentamente a base de algodón y líquido desmaquillador. Se desprendía de ella como si de una cáscara se tratara y se enfrentaba de nuevo a esa imagen en el espejo, a su verdadera esencia, a ese ser que emergía desde sus entrañas y que de tanto convivir con él había veces que ya le resultaba incluso familiar... Era el rostro de Antonio mirándola derrotado. A veces, tenía ganas de seguir y seguir y seguir frotando incansablemente con ese algodón a ver si algún día conseguía borrar totalmente a Antonio del espejo, de su cara, de su alma. ¿Pero qué o quién habría aparecido entonces? ¿Quién era él? Agotado finalmente, Antonio se terminó de desvestir y se dejó caer en la cama preso de un pesado sueño lleno de delirantes pesadillas. Muchas madrugas ya ni siquiera sabía distinguir lo que era una pesadilla de lo que era su propia realidad.