Nos presentaron. Nos gustamos. Una noche... nos besamos, y empezamos a salir.

Pasó el tiempo y todo era maravilloso. Nos entendíamos tan bien, y él me quería, juro que me quería mucho. Yo no veia más allá de ese amor que tanto deseaba... me merecía por una vez ser feliz y disfrutar de mi felicidad.

Cuando hacia 6 meses que nos habíamos conocido pensé en hacer algo especial. Fui a la peluquería y me arreglé el pelo. Fui de compras y me compré el mejor vestido, el más caro, el más bonito, el que mejor me quedaba. Sus zapatos a juego, el bolso, y unos pendientes nuevos. Me maquillé con los tonos que más me favorecian y para terminar... un toque del mismo perfume que la primera noche en que nos besamos.

Estabamos los dos, uno frente al otro. Él estaba radiante, yo estaba enamorada. Le insistí en si le gustaba mi ropa, mi pelo... nunca me decía si era guapa o qué le gustaba más de mi...

Insistí e insistí e insistí.

Finalmente me dijo: pero, ¿no te has dado cuenta de que soy ciego? No puedo ver tu belleza... no puedo amar tu belleza... amarte como quieres que lo haga. Pero... puedo oler tu perfume, oir tu risa, sentir tus manos... puedo amarte a mi manera.

¿Cómo no me había dado cuenta hasta ahora? No podía verme tal y como yo me veia, tal y como yo quería que me viera. Él, lo hacia a su manera. Y a su manera me quería. Y yo había estado más ciega que él... pués no hay mayor ciego que el que no quiere ver.