"...DÓNDE ENTRO SI ESTOY SOLA ..." * Lo DeMáS sOn PaLaBrAs tAn SoLo PaLaBrAs *

lunes, 7 de noviembre de 2005

No es que hoy sea un día especial, ni diferente de ayer o de mañana... podría haber empezado a escribirte en cualquier otro momento. Tal vez debería haberme esperado a que fuera una fecha más señalada... ¿1 de Enero? En fin... yo soy así, impulsiva y sentimental. Hoy por tanto, ya es una fecha especial --> 7 de Noviembre. Me vienen a la mente frases que en alguna ocasión han significado algo. "Hoy es el primer día del resto de nuestras vidas", "Celebremos con un beso que hoy es hoy", "Hoy es un día normal, pero yo voy ha hacerlo intenso"...
No hay un porqué por el que haya decidido escribirte... Bueno, supongo que sí lo hay pero todavía me daría verguenza decírtelo. ¿Quién sabe? A lo mejor a lo largo de las lecturas te vas haciendo una idea, o por el contrario jamás lo llegas a saber. Igual te aburres de mis escritos, de mis pensamientos, de las cosas que me pasan. A mi me gustaría que tuvieras la necesidad de saber, tanto como la tengo yo de contar. A mi me gustarían tantas cosas... Me gustaría saber cuanto tiempo va a durar esto. Pero esque no te lo puedo decir. Sólo sé que hoy empiezo. Hoy tengo la necesidad. Mañana...
De momento no quisiera hacerte un resumen rápido de todo lo que ha sido mi vida hasta ahora... No dejaría de ser interesante pero desde luego, interminable... y seguro que poco a poco, en el día a día, en lo que escriba, van surgiendo esas pequeñas cosas que me marcaron y me hacen ser cómo soy. Y me hacen actuar cómo actuo. Y em hacen tener ganas de contarte lo que tengo ganas de contarte.
Podría dedicarte mil poemas, mil canciones, mil frases... pero tiempo al tiempo que desde hoy tenemos toda la vida por delante. Por el simple hecho de ser quién me haces reír y llorar a la vez... ¡Qué extraño, ¿verdad?! Pero de todas las cosas ahora mismo te dejo este pequeño relato del Principito, espero que te guste... Buenas noches.


*****

VII

"Al quinto día y también en relación con el cordero, me fue revelado este otro secreto de la vida
del principito. Me preguntó bruscamente y sin preámbulo, como resultado de un problema largamente
meditado en silencio:
—Si un cordero se come los arbustos, se comerá también las flores ¿no?
—Un cordero se come todo lo que encuentra.
—¿Y también las flores que tienen espinas?
—Sí; también las flores que tienen espinas.
—Entonces, ¿para qué le sirven las espinas?
Confieso que no lo sabía. Estaba yo muy ocupado tratando de destornillar un perno demasiado
apretado del motor; la avería comenzaba a parecerme cosa grave y la circunstancia de que se estuviera
agotando mi provisión de agua, me hacía temer lo peor.
—¿Para qué sirven las espinas?
El principito no permitía nunca que se dejara sin respuesta una pregunta formulada por él. Irritado
por la resistencia que me oponía el perno, le respondí lo primero que se me ocurrió:
—Las espinas no sirven para nada; son pura maldad de las flores.
—¡Oh!
Y después de un silencio, me dijo con una especie de rencor:
—¡No te creo! Las flores son débiles. Son ingenuas. Se defienden como pueden. Se creen
terribles con sus espinas…
No le respondí nada; en aquel momento me estaba diciendo a mí mismo: "Si este perno me
resiste un poco más, lo haré saltar de un martillazo". El principito me interrumpió de nuevo mis
pensamientos:
—¿Tú crees que las flores…?
—¡No, no creo nada! Te he respondido cualquier cosa para que te calles. Tengo que ocuparme
de cosas serias.
Me miró estupefacto.
—¡De cosas serias!
Me miraba con mi martillo en la mano, los dedos llenos de grasa e inclinado sobre algo que le
parecía muy feo.
—¡Hablas como las personas mayores!
Me avergonzó un poco. Pero él, implacable, añadió:
—¡Lo confundes todo…todo lo mezclas…!
Estaba verdaderamente irritado; sacudía la cabeza, agitando al viento sus cabellos dorados.
—Conozco un planeta donde vive un señor muy colorado, que nunca ha olido una flor, ni ha
mirado una estrella y que jamás ha querido a nadie. En toda su vida no ha hecho más que sumas. Y todo
el día se lo pasa repitiendo como tú: "¡Yo soy un hombre serio, yo soy un hombre serio!"… Al parecer
esto le llena de orgullo. Pero eso no es un hombre, ¡es un hongo!
—¿Un qué?
—Un hongo.
El principito estaba pálido de cólera.
—Hace millones de años que las flores tiene espinas y hace también millones de años que los
corderos, a pesar de las espinas, se comen las flores. ¿Es que no es cosa seria averiguar por qué las
flores pierden el tiempo fabricando unas espinas que no les sirven para nada? ¿Es que no es importante
la guerra de los corderos y las flores? ¿No es esto más serio e importante que las sumas de un señor
gordo y colorado? Y si yo sé de una flor única en el mundo y que no existe en ninguna parte más que en
mi planeta; si yo sé que un buen día un corderillo puede aniquilarla sin darse cuenta de ello, ¿es que esto
no es importante?
El principito enrojeció y después continuó:
—Si alguien ama a una flor de la que sólo existe un ejemplar en millones y millones de estrellas,
basta que las mire para ser dichoso. Puede decir satisfecho: "Mi flor está allí, en alguna parte…" ¡Pero si
el cordero se la come, para él es como si de pronto todas las estrellas se apagaran! ¡Y esto no es
importante!
No pudo decir más y estalló bruscamente en sollozos.
La noche había caído. Yo había soltado las herramientas y ya no importaban nada el martillo, el
perno, la sed y la muerte. ¡Había en una estrella, en un planeta, el mío, la Tierra, un principito a quien
consolar! Lo tomé en mis brazos y lo mecí diciéndole: "la flor que tú quieres no corre peligro… te dibujaré
un bozal para tu cordero y una armadura para la flor…te…". No sabía qué decirle, cómo consolarle y
hacer que tuviera nuevamente confianza en mí; me sentía torpe. ¡Es tan misterioso el país de las
lágrimas!"