"...DÓNDE ENTRO SI ESTOY SOLA ..." * Lo DeMáS sOn PaLaBrAs tAn SoLo PaLaBrAs *

martes, 1 de febrero de 2011

LA COMA

(Opcional para escuchar mientras leeis --> http://www.youtube.com/watch?v=gKlcuEdtGVo)

(NOTICIA ORIGINAL --> http://www.abc.es/20110131/sociedad/abcp-vida-dariel-coma-20110131.html)



Clara estaba sentada en un banco de madera en la primera fila de la sala 8 de los juzgados de Valencia. A su derecha, el abogado que sus amigas le habían aconsejado contratar tras el suceso, pues su sentimiento de culpabilidad no la había dejado ni plantearse el mero hecho de defenderse de la grave acusación. Al otro lado de la sala, unos padres destrozados, cuyas vidas se habían visto brutalmente alteradas de la noche a la mañana, por lo que el juez había tenido la delicadeza de llamar un delito de homicidio por imprudencia grave. Los asistentes al juicio guardaban un silencio sepulcral, roto solamente por algún tímido carraspeo y por los punzantes sollozos ahogados de la madre de la víctima. Clara tenía el estómago totalmente encogido y los músculos de sus hombros y de su espalda estaban agarrotados, rígidos, cómo si su propio cuerpo estuviera revelándose contra ella. Los ansiolíticos no le habían hecho efecto y sentía el sudor helado de sus manos y el continuo temblor de sus rodillas, de las que Clara dudó que la pudieran mantener en pie cuando al fin el juez pidió que se levantara para dictar la sentencia. Tuvo que agarrarse con una mano a su abogado para no perder el equilibrio completamente. Le parecía estar viviendo una horrible pesadilla. Su cabeza estaba envuelta en una nebulosa que no la dejaba pensar ni reaccionar, que la separaba de la macabra realidad que le había tocado vivir. Los hechos se sucedían implacables en un plano al que Clara no podía acceder en su estado mental. Gracias a un recurso de supervivencia, su cerebro consiguió desconectar por un instante de la escena del juicio, para trasladarse a la igualmente desagradable cadena de fatales errores que se habían sucedido hasta llegar a aquel fatal desenlace...

Clara había luchado durante toda su vida para llegar a ser quién era, para estar dónde estaba. Nacida en el seno de una estricta y elegante familia de clase alta, había crecido con la presión de alcanzar las elevadas expectativas que sus padres tenían para ella. Se había esforzado día a día en no defraudarles y había meditado profundamente cada paso dado en su camino. Estudió en los mejores y más caros colegios, para finalmente, licenciarse en medicina con matrícula de honor y cursar numerosos másteres en el extranjero. Se había especializado en oncología infantil, no ya por vocación, sino por sentir que era una de las ramas más útiles y solidarias que le ofrecía la medicina actual. Una vez que su carrera profesional estuvo encauzada, Clara contrajo matrimonio con otro joven, hijo de unos amigos de sus padres, y pronto tuvieron a su primera y única hija: Blanca. Ahora Blanca tenía dos años y el matrimonio semiconcertado de Clara, que tan felices había hecho a sus respectivos padres, había terminado hacía unos meses en un traumático divorcio. Afortunadamente para ella, el Hospital de La Fe de Valencia la había solicitado para el puesto de jefa de la unidad de Oncología Infantil, y su nuevo trabajo la mantenía demasiado ocupada como para lidiar con los mundanos problemas domésticos.

La mañana del trágico suceso, Clara había tenido una fuerte discusión con su ex marido a causa de la despreocupación que este mostraba por la niña. Blanca estaba enferma, así que su madre se había trasladado a su casa para cuidarla, mientras Clara pasaba consulta en el hospital. Mientras examinaba al tercer paciente de la mañana, un pequeño de dos años con un tumor de Wilms en el riñón izquierdo, e informaba a los padres de las mejoras que con el tratamiento de quimioterapia habían conseguido, no podía evitar pensar en sus propios problemas. Solía culparse por esta, según ella, falta de profesionalidad. Al fin y al cabo ninguno de sus problemas podía compararse con lo que tenían que estar viviendo los padres de los niños a los que ella trataba. Por suerte, este pequeño de la edad de su hija Blanca, se recuperaría casi sin problemas de la enfermedad que sufría… O así lo hubiera hecho, de no ser porque mientras Clara prescribía la dosis de doxorrubicina para la última sesión de quimioterapia, su desconcentración le jugó una mala pasada y en lugar de 16,5 miligramos, sentenció al pequeño con una dosis letal de 165.

Clara estalló en sollozos antes de que el juez dictara la sentencia. Presa de un ataque de ansiedad se derrumbó gritando que se declaraba culpable. Enseguida dos miembros del cuerpo de seguridad del juzgado, la inmovilizaron y la sacaron de la sala mientras Clara pataleaba, se retorcía y gritaba. Un par de horas y un par de calmantes después, Clara se despertó de un pesado sueño en una celda provisional en la que pasaría la noche. Le dolía todo el cuerpo y estaba desorientada. Le anunciaron que en vista de su actual estado nervioso, el juez había aplazado el juicio hasta la mañana siguiente. No podría ver a nadie, ni a sus padres, ni a su hija, ni siquiera a su abogado. Estaba allí recluida y sola… no, sola no, estaba acompañada de sus miedos y sus fantasmas.

A la mañana siguiente, el guardia encargado de escoltar a Clara desde su celda hasta el juzgado, para reanudar el juicio de la tarde anterior, se encontró con la terrible visión del blanco cuerpo de la mujer, desnudo de cintura para arriba y amoratado, colgando inerte de una viga del techo. Clara se había ahorcado con la camisa de seda azul celeste que su madre le había comprado para que llevara durante el juicio. Tras el guardia, estaba el abogado de Clara, que nunca pudo llegar a darle la noticia de que también se había detenido como responsable de la muerte del pequeño al jefe del servicio de farmacia del hospital. Al declarar este que no comparó la prescripción médica de aquella mañana con el historial del paciente antes de administrarle la dosis de quimioterapia, el fiscal no pediría para ella una sentencia superior al año y medio de cárcel.

Pero Clara ya llevaba toda su vida viviendo en una cárcel y el suicidio le había parecido una alternativa perfecta para castigarse por su error y para liberarse al mismo tiempo… Solamente su hija Blanca la ataba ya a este mundo sin sentido y ni siquiera podría despedirse. Por eso, Clara quiso hacer una última cosa por ella antes de marcharse para siempre, y junto a sus zapatos de piel, bajo el catre, dejó una nota de su puño y letra constatando su última voluntad: que la custodia completa de Blanca fuera para los padres, que debido a su error, acababan de perder a su hijo, evitándole así a su pequeña, una vida de falsas apariencias y presiones absurdas como la que a ella le había tocado vivir. Castigando de esa forma a sus padres y a su ex marido y dando a aquella familia destrozada un motivo para seguir viviendo y seguir levantándose cada mañana. Una vida por otra: la de Clara por la de Blanca y la de Blanca por la de aquel pequeño inocente.