"...DÓNDE ENTRO SI ESTOY SOLA ..." * Lo DeMáS sOn PaLaBrAs tAn SoLo PaLaBrAs *

martes, 22 de marzo de 2011

PROFUNDO E IRREVERSIBLE

(Opcional para escuchar mientras leeis --> http://www.youtube.com/watch?v=eaXQYHDbEKE&feature=related)



–¿Has sido tú? ¿¡Has sido tú zorra!? ¡Hija de puta, has matado a mi mujer! –gritó Andy desesperado con los ojos encharcados en lágrimas abalanzándose contra Magda y tirándola al suelo.

–¿¿Yo, Andy?? ¿¿Yo?? ¡Yo que le he estado limpiando la mierda a tu mujer durante 10 años! –Magda intentaba sin éxito zafarse de los brazos de Andy que tenía evidentes síntomas de haber estado bebiendo.

–¡Tú la odiabas! –dijo Andy aflojando un poco su postura, temblando y con la mirada perdida.

–Yo te quiero a ti... –respondió melosamente Magda, abrazándole, en un último y desesperado intento por recuperarle ahora que presentía que la rudeza de Andy se quebraba bajo el peso de la desesperación.

–Estás loca... –replicó Andy mientras rechazaba a Magda y se acercaba al cuerpo inerte de su mujer, tendida en la cama, y le daba un beso en la frente.


Desde el accidente, Andy no había vuelto a ser el mismo. Aquel hombretón alegre, barrigudo y de pómulos sonrojados, se había ido apagando, arrugando y encorvando sobre sí mismo y sobre su desgracia. Los años habían pasado, implacables, pero Andy parecía anclado al recuerdo de aquella fatídica noche y los esfuerzos de sus familiares y amigos, hasta el momento, habían sido en vano. Muchos de los que se volcaron en ayudarle durante los primeros tiempos, habían terminado por desistir y, resignados, se habían ido distanciando de la vida de Andy. Sus parientes más lejanos volvieron a sus respectivas ciudades, y aunque no escatimaban en llamadas y correos electrónicos, Andy había dejado de preocuparse por descolgar el teléfono o encender si quiera su ordenador. Aconsejado por su psiquiatra, que le había diagnosticado una depresión por estrés post-traumático y le había conseguido adormecer el razonamiento a base de psicofármacos, dejó el trabajo. Ahora ya no tenía ninguna obligación que le apremiara a levantarse por las mañanas. Con la pérdida del empleo, Andy, no sólo había visto reducidos de forma dramática sus ingresos, cosa que parecía no preocuparle mientras todavía le llegaran para pagar las facturas del hospital, sino que había perdido también el contacto con sus compañeros, aquellos que tan buenos ratos le habían hecho pasar durante las aburridas jornadas de guardia. Se habían terminado para él las semanales noches de fumar puros y jugar a las cartas, beber cerveza y comer pinchos de tortilla mientras se dejaban la voz y los nervios ante la pantalla del televisor mientras veían el fútbol. La culpa y la tristeza le habían incapacitado moralmente para disfrutar de cualquier placer que la vida todavía pudiera ofrecerle. Y aunque una sola vez se había traicionado a sí mismo, puesto que la necesidad de la carne y los coqueteos de Magda, habían sido más poderosos que cualquier sentimiento de culpa, la imagen de Elisa, su esposa, privada injustamente de cualquier sentido, sensación, sentimiento, expresividad o movilidad, le había torturado día y noche durante semanas enteras.

La única persona que había permanecido a su lado de forma incondicional había sido su madre. La pobre mujer, anciana y cansada, había ido sacando fuerzas para hacerle la compra y la comida, lavarle y plancharle la ropa, llevarlo a la iglesia los domingos, pasear con él por las mañanas, acompañarlo al hospital y velarle en aquellas largas tardes de soledad compartida, sentados en el frío sillón junto a la ventana, dándole conversación y ahuyentando los fantasmas. Pero Andy había consumido ya los últimos años de aquella buena mujer y hacia poco menos de una semana que la había enterrado en el cementerio del pueblo, tras una íntima y sentida ceremonia.

Todas las mañanas, Andy se dirigía al hospital y se pasaba horas dando vueltas alrededor de la manzana sin atreverse a entrar. Desde el desafortunado fallecimiento de su madre no había tenido fuerzas para cruzar el umbral de aquella puerta él solo. Magda, la enfermera que desde el accidente se había hecho cargo del cuidado de Elisa, lo observaba desde la ventana de la habitación deseando secretamente que volviera a visitarlas… Magda vivía atormentada a causa de la atracción que sentía por Andy desde el momento en que se conocieron. Aguardaba con absurda ilusión que algún día Andy pudiera rehacer su vida con ella, pero la obsesión de este por Elisa y por mantenerla con vida gracias a una máquina, invirtiendo en ello todos sus ahorros pese a las recomendaciones de los médicos, la hacían enloquecer de celos. Ella había sido testigo del paulatino deterioro de Elisa, de la pérdida de su tono muscular, de la sequedad de su piel, del blanqueamiento de su pelo y de la disminución de las visitas por parte de sus allegados, que ya habían ido perdiendo toda esperanza.

Magda estaba terminando de cambiar de postura a Elisa, tal y cómo hacia tres veces al día, y observando su delgado e inútil cuerpo, que ya a nadie podía satisfacer. Deslizó sus hábiles dedos, primero por el indefenso cuello y después por la sonda naso-gástrica que la alimentaba. Era absurdo… sabía que aquella mujer le haría sombra incluso después de muerta. Al menos, manteniéndola con vida, mantenía la esperanza de poder volver a disfrutar de la compañía intermitente de Andy… aunque ahora, viéndole dar tumbos, delgado y ojeroso, con el pelo sucio y despeinado y sin cambiarse de ropa, a Magda le costaba rememorar aquella única vez en la que Andy le hizo el amor apresuradamente y lleno de culpabilidad y rabia, en el suelo a los pies de la cama de la que aún era su esposa, pese a estar sumida en un coma profundo e irreversible.